lunes, septiembre 26, 2005

El Gran Potlatch

“A principios del siglo XX los antropólogos se quedaron sorprendidos al descubrir que ciertas tribus primitivas practicaban un consumo y un despilfarro conspicuos que no encontraban parangón ni siquiera en la más despilfarradora de las modernas economías de consumo. Hombres ambiciosos, sedientos de estatus competían entre sí por la aprobación social dando grandes festines. Los donantes rivales de los festines se juzgaban unos a otros por la cantidad de comida que eran capaces de suministrar, y un festín tenía éxito sólo si los huéspedes podían comer hasta quedarse estupefactos, salir tambaleándose de la casa, meter sus dedos en la garganta, vomitar y volver en busca de más comida.

El caso más extraño de búsqueda de estatus se descubrió entre los amerindios que en tiempos pasados habitaban las regiones costeras del sur de Alaska, la Columbia Británica y el estado de Washington. Aquí los buscadores de estatus practicaban lo que parece ser una forma maniaca de consumo y despilfarro conspicuos conocida como potlatch. El objeto del potlatch era donar o destruir más riqueza que el rival. Si el donante de potlatch era un jefe poderoso, podía intentar avergonzar a sus rivales y alcanzar admiración eterna entre sus seguidores destruyendo alimentos, ropas y dinero. A veces llegaba incluso a buscar prestigio quemando su propia casa”.


De esta forma nos describe Marvin Harris, en su obra “Vacas, Cerdos, Guerras y Brujas”, la extravagante festividad del potlatch, que tan perplejos dejó a los antropólogos.

A todos nos parece algo natural que en una fiesta haya viandas para todos, e incluso tendemos a preferir que sobren a que falten. Pero la actitud de esos indios derrochadores parecería, a cualquier observador imparcial, antieconómica y estúpida.

Irenäus Eibl-Eibesfeldt, en su libro “Amor y Odio”, nos cita un fragmento de autoglorificación de uno de esos jefes dispendiadores:

“Yo soy el gran jefe, que avergüenza a la gente.

Nuestro jefe hace que la gente enrojezca de vergüenza.

Nuestro jefe hace que le tengan envidia.

Nuestro jefe hace que la gente se tape la cara de vergüenza por lo que él siempre hace aquí.

Continuamente está dando fiestas del aceite a todas las tribus.

.......

Vosotras las tribus sois mis súbditos. Yo me siento,

¡Oh Tribus!, en la parte trasera de la casa.

Yo soy el primero que os dio propiedades ¡Oh Tribus!

Yo soy vuestro águila, ¡oh tribus!

Traed vuestro contador de mantas, oh tribus,


Para que en vano trate de contar las riquezas

Que el gran hacedor de planchas de cobre va a entregar.....

Busco en vano en todos los jefes invitados


Una grandeza semejante a la mía.

No logro descubrir un verdadero jefe en ninguno de mis invitados.....”

Escuchando estas cosas y sabiendo que eran los potlatch, uno se sentiría tentado de atribuirlo todo a un primitivismo ya superado por nuestra especie a través del desarrollo de nuestras sociedades. Uno piensa en la Ilustración, o el la Revolución Industrial, algunos en la Francesa, o se busca cualquier otro origen para esta humanidad y estos valores cívicos tan maravillosos que hoy nos enorgullecemos de tener. Pero en hombre sigue siendo un primate con un cerebro desarrollado, no una divinidad encerrada en una prisión biológica. Hoy, lástima es comprobarlo, podemos encontrar grandes jefes tribales proponiendo y llevando a cabo salvajes potlatch en nuestras narices, pero con su traje y su corbata, con su discurso aparentemente moderado e inteligente, nos ocultan su verdadera naturaleza, nada distinta de la de esos derrochadores primitivos que tan atónitos dejaron a los antropólogos de campo que los vieron.

Uno piensa en el agujero del cubo de Okun. Arthur Okun decía que en la redistribución de la renta a escala nacional (o internacional, cabe añadir en este mundo globalizado), de cada dólar que sale del bolsillo de una persona pudiente no llega más que una fracción al de la persona necesitada. El agujero en el cubo sería el hueco por el que saldría ese dinero que no habría llegado a su destino, y habría hecho imposible el sueño de Robin Hood. Ese agujero es el agujero negro del Estado, que absorbe todo omnímodamente pero suelta muy poquito, beneficiando solamente a unos pocos que han sabido ingeniárselas para lograr ayudas, y que en tantas ocasiones no son los que las necesitarían.

Ese gran despilfarro es cosa aparte del terrible daño que se infringe al tejido productivo con el basto bisturí de la imposición estatal.

Podemos echar la vista atrás, apenas unos días o una semana para observar a nuestro Presidente ejerciendo de gran jefe kwakaiutle, en la ONU, ofreciendo una gran fiesta distribuidora en la que las viandas iban a abundar para todos. Y dado que el cubo tiene un agujero, de colosales magnitudes, cabe imaginar que se cumplirá al pie de la letra el guión de un potlatch: Lo que no se done será destruido, o, lo que es peor, irá a las manos de quien no correspondería en estricta justicia.

Así que ya ven, nuestro Presidente canta orgulloso que él es el más generoso, el mejor, el Primus Inter Pares de la política internacional.

Imagínenlo por un momento diciendo lo que aquel jefe tribal, en el preludio o transcurso de una gran fiesta del derroche. Miren arriba, relean al gran jefe ZP alardeando de ser el más antieconómico con orgullo jactancioso: “Yo soy el gran jefe, que avergüenza a la gentes.......etc etc”

¿No es ridículo, no es patético?......¿No experimentan la perplejidad de un antropólogo ante una costumbre absurda y necia?.....

Ay, yo si.

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