martes, marzo 21, 2006

El "Orden Espontáneo" del Botellón

No es edificante. No es una manifestación de madura responsabilidad ni de altos ideales. Es tan solo una reunión de amigos para beber, un simposio (“beber juntos”, en griego), un encuentro informal, un acto social. Masas humanas indiferenciadas lo perpetran, jóvenes que ya no hacen la mili, jóvenes que no reciben excelente formación académica ni buenos valores cívicos.

"Hay de todo" se me dirá, el único denominador común es la bebida. Mal denominador común, pero muy común. Y mejor en común que en solitario, según los estudiosos del fenómeno del alcoholismo.

¿De qué es reflejo que la juventud se tire a la calle a beber?. A Sócrates, gran bebedor de simposios en los que se aguaba el vino para prolongar la velada, se le acusó, en el juicio vengativo que le llevó a su gloriosa muerte, de corromper a la juventud. Su duda interrogadora perturbó la paz de las certidumbres sobre las que se construía la sociedad ateniense. ¿Hasta dónde pueden ponerse en duda nuestras certidumbres sin atentar contra el futuro?: esa pregunta no se ha respondido aún. El equilibrio entre duda y certidumbre acompañará al hombre en su devenir espiritual por los siglos de los siglos, amén. La certidumbre es precisa para mantener lo logrado, la duda para crear lo nuevo. Pero en el término medio reside la virtud, puesto que lo nuevo no puede lograrse destruyendo lo antiguo.

Esas almas ebrias de bebidas espirituosas son los hijos del ayer y los padres del mañana, y, sobre todo, son la juventud de hoy. Pero no nos alarmemos prematuramente. El alcohol ha acompañado a la humanidad prácticamente desde sus orígenes. Yo bebo, tú bebes, él bebe. La juventud no bebe con moderación, pero es que la juventud... ¡no hace nada con moderación!. Si hay un problema está en otra parte, muy por debajo de la superficie de frivolidad alcohólica, detrás de los disfraces y las poses de la fiesta bacanal. El problema no es que se beba, ni dónde o cómo se beba; No al menos el problema de la juventud. Los vecinos del barrio son otra cosa, si se monta el tinglado improvisado entre casas.

La ley seca, tome la forma que tome, no arreglará nada, y quizá empeore las cosas. Las restricciones crean los mercados negros, las economías sumergidas, el perverso arte de la delincuencia. Lo que no se hace a la luz del día se hace de noche. Lo que no puede ser transparente se vuelve opaco. Lo que podría abundar se hace escaso, y caro. ¡Y para colmo lo prohibido tiene un poderoso atractivo para esos compulsivos buscadores de prestigio social que son los jóvenes!.

El botellón surgió como reacción a los altos precios y la baja calidad de las bebidas en los tugurios de la marcha; una reacción espontánea, natural, muy humana. Los consumidores de fiesta se la montaron por su cuenta, no quisieron que se la aguaran con altos precios, ni que se les aguara (o adulterara) la bebida. Las resacas del garrafón son peores, entre otras cosas.

¿Dónde beber hasta alcanzar el puntillo, ese "punto" del que, por no estar en ninguna parte, uno siempre se pasa?. En casa no, que están mis padres. Quizá mañana, pero ¿quién ordenará el caos resultante (y borrará los rastros) de nuestra frenética actividad viciosa?. En cuanto a lo de tener casa propia....estará usted de broma, supongo.

¿Trabajar y estudiar a la vez?....le explico cual es el sistema español: estudiamos y disfrutamos del ocio. A veces incluso no estudiamos, y nos solazamos en el ocio. Se alcanza la treintena en el hogar paterno. No es que la cosa sea motivo de orgullo precisamente, pero esa es exactamente la atrofia social a la que hemos llegado. Los sociólogos dicen que no se da una adecuada "socialización", cómo si hubiera de existir un agente u agentes socializadores, un conjunto de individuos que formasen la "mayoría de edad" responsable que introdujese a los jóvenes en los usos e instituciones de la sociedad adulta. Pero es esa clase de "agentes", paradójicamente, los que han provocado y siguen provocando esta situación, muy susceptible de empeorar, muy susceptible de degenerar en más medievo tecnologizado, si cabe, de seres tribales con tatuajes y adornos manejando alta tecnología de la información como felices e inconscientes usuarios.

Se logra, con tanta guía y tanto control, el indeseado efecto contrario de la irresponsabilidad. Porque al igual que a un bebé no hay que enseñarle a hablar ni a andar, puesto que quema sus etapas según un plan inserto en sus genes, a los jóvenes no hay que enseñarles a ser adultos responsables, todo lo más se les puede impedir con cuidados superfluos y debilitantes.

El pretender guiar sus pasos por sendas trilladas (y quizá erradas) impide que hagan camino al andar. Debe existir un marco, desde luego. Pero nada más que el marco, puesto que el cuadro lo pintan ellos. ¿Pero qué estoy diciendo?: hablo en el fondo, sin percatarme, de la antítesis entre socialismo y libertad, entre aparato estatal presuntamente social y sociedad desnuda, sin camisas de fuerza.

Como decía, el problema está en otra parte. Soy lo suficientemente joven para haber participado en botellones y sé de qué hablo. No voy a decir que estuve entre los pioneros, pero conocí a algunos de estos. Los conocí en el Sur, en Sevilla. El fenómeno empezó, creo, en algún lugar de Andalucía, y no podía ser de otra forma, puesto que Andalucía es feudo del socialismo "benefactor" (o perjudicador, según se mire) desde hace mucho tiempo, quizá desde siempre.

Luego, como toda idea que supone ahorrar dinero y disfrutar de más, se extendió por el mapa y las conciencias.

En la actualidad, todos los amigos que participaron conmigo en los botellones disfrutan de buena salud y son profesionales que realizan satisfactoriamente (y en algunos casos brillantemente) su trabajo. No quiero decir con ello que el consumo de alcohol en los botellones nos hiciera mejores personas, desde luego, pero apenas hizo (o no hizo) mella en nuestras facultades y en nuestro proceso de inserción como individuos responsables en el mundo real.

Pero la formación que recibimos todavía no era tan mala como la actual. El sistema educativo aún premiaba un poquito la excelencia y castigaba la vagancia o la inutilidad. Y la generación de los que fueron padres haciéndonos a nosotros hijos nos trasmitió unos valores cívicos muy buenos, que solamente en parte se han filtrado o se filtrarán a nuestros descendientes, en un ambiente enrarecido por los medios izquierdosos, los políticos demagogos y el relativismo total.
Los que beben en la calle no son héroes ni mártires de nada, o no lo son por beber en las calles. Y no tienen "derecho inalienable" a disfrutar de la opulencia artificial de una juventud ociosa pagada por otros. Pero como consumidores y como ciudadanos si tienen derecho a elegir qué hacer con su tiempo, que actividades lúdicas realizar, en qué gastar su dinero, y dónde y con quién reunirse (siempre y cuando no agredan a nadie). Luego, eso sí, que cada cual apechugue con las consecuencias de sus actos y sus pasividades en una sociedad libre, que les consiente pero no les da más que lo que sepan ganarse con su esfuerzo o su habilidad.
Quizá no sea correcto hablar del "orden espontáneo" del botellón, pues el fenómeno parece más bien una superestructura comportamental construída sobre los frágiles cimientos de un bienestar aparente, y por ello algo efímero e irresponsable. Pero en este fenómeno se puede apreciar cómo la gente, cuando no media poder coactivo, se organiza espontáneamente para lograr mejorar su situación, aunque sea en algo tan prosaico y tan poco virtuoso como es consumir bebidas alcohólicas a menor precio.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Es un problema con más fondo, como bien indicas. Los contravalores de la cultura actual exaltan el hedonismo barato y la juventud frente a la moderación y la madurez responsable. Sex, Drugs & Rock & Roll.

Un saludo Nomotheta.

Nomotheta dijo...

Cuando imperan esos valores, canto neroniano a la inmediatez, y canto de cisne de la pasada grandeza, la sociedad entra en decadencia. Es una de las pocas leyes inexorables de la historia, si no la única.

Un saludo Rocinante.

QuiveringStar dijo...

Al principio contestaba todos los posts que veía hablando del botellón y comparándolo con la juventud francesa y su preocupación laboral.

Ahora me doy cuenta que es una idea que se nos ha ocurrido a muchos, demasiados quizás. Pero pocos profundizan.

Mientras la bebida y la cultura del "socializing" sea lo único que nos mueve, nos colarán goles como las ETTs o los contratos basura y no nos quejaremos como lo hacen en Francia.

En fin, continuaremos luchando y pensando en cómo movilizarnos.

Nomotheta dijo...

El problema ya está ahí Maestre, y tiene las causas sociológicas que tiene. Pero ya puestos a prohibirlo lo idóneo, probablemente, sería aplicar la tolerancia cero, porque dejarlo todo en formulismos y moralismos huecos no resuelve nada, o incluso puede en algunos casos llegar a exacerbar el problema (rebelarse contra una "ley sin fuerza" es una práctica muy común entre blanditos que quieren pasar por duros).

La irresponsabilidad que subyace a todo esto tiene mucho que ver con la tutela excesiva en la vida de los ciudadanos del Leviatán estatal, y eso es lo que he querido hacer ver. Como bien señalas: no puede haber educación si no se explica que libertad y responsabilidad van de la mano.

No creo, QuiveringStar, que la juventud deba movilizarse en ningún sentido (¡y menos como en Francia!). Cada persona debe buscar su sitio bajo el sol ofreciendo a lo demás lo que necesitan, no forzándolos para mantener o lograr privilegios a su costa. Para eso es preciso el mercado y no el proceso político, los intercambios voluntarios y no las movilizaciones.

Nomotheta dijo...

Yo no soy demasiado partidario de la ley como instrumento para imponer conductas. Creo, como Hayek, que la ley mata el derecho. Pero lo mínimo que se le puede pedir al legislador es coherencia con el sistema legal que contribuye a crear. Si hay un orden constitucional y legal vigente y hay vías marcadas por el mismo para su cambio, deben seguirse estas, y no atajos, como se ha hecho con el Estatut, por ejemplo. Y por otro lado, como bien dices, si se hacen leyes es con la mira puesta en que se cumplan, por la fuerza si es preciso. La cosa es hacer pocas leyes, muy genéricas e impersonales, y trasladar las responsabilidades, en la medida de lo posible, a las personas, a los individuos.

La ley, en manos de la izquierda, es como un revólver con el tambor lleno de balas, con el que hacer fuego a discreción. En eso consiste su arbitrariedad. Dirimen todas las cuestiones sobre la marcha, tirando de esta o de la otra ley ad hoc, para sacar adelante los proyectos que en ese momento les apetezcan, sin respetar los derechos de la ciudadanía que pueda verse afectada por su fatal arbitrio (piensa, por ejemplo, en las estratagemas que hacen ahora los sociatas para sacar adelante una "mil millones" de veces maldita OPA).

Siempre he creído, y cada vez más, que ningún orden legal, y ninguna sociedad, soporta el peso de una mala calidad de los legisladores. Por muy bien diseñado que esté un determinado orden legal, si lo pones en manos de gentuza se convertirá de la noche a la mañana en papel mojado, y todas sus precauciones y controles cederán el paso a las más groseras arbitrariedades. En esto el caso de nuestra España actual es paradigmático.

Anónimo dijo...

MAGISTRAL