miércoles, enero 25, 2006

Entre Todos la Mataron y Ella Sola se Murió



Tendremos que firmar con firmeza. La que no tuvo ayer Rajoy con Piqué. La que no tiene Piqué con el Esputo de Cataluña a la cara de España.

Rajoy, el mismo día que flaquea con su enemigo interno, que asume la virtual partición popular, abre las puertas a la participación popular, que algunos veníamos pidiendo, impotentes, desde hace algún tiempo.

El pueblo tiene el derecho y el deber de refrendar o derogar los cambios fundamentales en el ordenamiento jurídico que enmarca sus cotidianos quehaceres. Puede y debe hacer uso de la ostraka tantas veces como sea necesario para preservar el contrato social que, si bien nunca fue firmado, debe ser diariamente confirmado, si es preciso con otra firma, esta real.

La idea de soberanía popular es peligrosa, cuando se malinterpreta: muchos creen que ellos son el pueblo, y pretendiendo hablar o actuar en nombre de todos tiran la ostraka a la cabeza de quien consideren su enemigo ( o "enemigo del pueblo"), que suele ser quien defiende ideas distintas.

La importancia del marco constitucional es por ello fundamental. Quien se desenvuelva dentro de él puede defender cualquier idea que le plazca y actuar con libertad.

Aunque el marco constitucional, por muchas barreras legales que tenga para su cambio, es solamente papel mojado cuando el pueblo cuya convivencia protege no lo sostiene con su voluntad. El espíritu de las leyes ha de ser el de quienes las interpretan y ejecutan. Si impera el relativismo es el imperio de la arbitrariedad, y las leyes son lo que el gobernante quiera que sean.

Ahora tenemos, en España, un gobierno para el que el derecho consiste en el ejercicio del poder irrestricto disfrazado de democracia, y un pueblo dividido en partes desiguales entre bárbaros, claudicantes y defensores de los valores.

Uno de los principales responsables de la ambigüedad reinante en el terreno de los principios políticos, Rubalcaba, es de los que cree que la victoria es para los osados, y dice los mayores disparates con cara de póker, como quien tira un farol. Y en efecto tira un farol, pero los claudicantes creen que sus cartas son buenas, y los bárbaros reparten con él el botín obtenido. Solamente quienes defienden valores igualarían o mejorarían la apuesta, pero han sido apartados del juego.

Y así puede Rubalcaba campar a sus anchas, que ancha es España (hasta que la troceen) y decir que la propuesta de Rajoy es un disparate anticonstitucional. Si, anticonstitucional, contrario a la Constitución, esa que el Estatuto que su gobierno negocia con nocturnidad está matando y enterrando. No les basta con intentar a cada paso matar y enterrar a Montesquieu.

Su relativismo totalitario hace uso de la Constitución según conveniencia, y no atendiendo al espíritu de la ley.

Mientras la asesinan por la espalda utilizan su cuerpo como escudo contra las acometidas de los que intentan salvarla.

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