Ayer vi un interesante documental en Telemadrid sobre el asesinato de John Kennedy. Por la mañana había enviado un correo a esta cadena pidiendo la emisión de ese documental de Johan Norberg que Documentos TV nunca emitirá.
La desinformación impera. Muy pocos medios se oponen a la mitología de lo politicamente correcto. Y a la confusión se suman los cineastas de Hollywood, algunos de los cuales son el enemigo endógeno de la libertad, con mayor o menor virulencia.
Oliver Stone perpetró un gran engaño al realizar su JFK. El documental de ayer así lo pone de manifiesto. El mismo Stone, entrevistado sobre su película, reconocía haberse tomado ciertas licencias artísticas, haciendo que su protagonista, el Fiscal de Distrito de Nueva Orleans Jim Garrison, interpretado por el guapo Kevin Costner, concentrase en su persona y en su acción en el film a varios personajes diversos que habían tenido relación con la investigación del asesinato de John F.Kennedy. Sin embargo no es esa la única licencia que se tomó. Hubo muchas otras, y todas ellas, seamos claros, descaradamente tergiversadoras de la realidad, contribuyendo por tanto a crear en el espectador una imagen distorsionada de lo que sucedió, y de lo que había detrás. Con su habilidad como director, Stone mezcla imágenes reales con la representación, creando una atmósfera de realismo que otorga veracidad y aparente sencillez a su elaborada mentira.
Cuando hablé de "el guapo Kevin Costner" no lo hice porque su belleza tuviera para mi algún interés en si misma. Sin embargo los pobres espectadores somos más fácilmente embaucados por un rostro hermoso que por una cara fea. Es un ley de nuestra naturaleza.
Como señala la Doctora en Psicología Marion Sonnermoser en su artículo "La Fuerza de la Primera Impresión" (Revista Mente y Cerebro nº 10):
Un importante factor de simpatía lo constituye la belleza. Hacia quien la naturaleza le ha otorgado una piel tersa, abundante cabellera, dientes uniformes, miembros bien proporcionados, una figura esbelta y un rostro atractivo, se dirigen automáticamente todas las miradas. Los psicólogos evolutivos creen que estos rasgos nos atraen porque nos envían una señal positiva en la búsqueda de pareja: "¡Mírame, estoy sano, soy joven y apto para la reproducción; mi desarrollo ha sido normal, dispongo de un buen material genético!" Todos esos principios son válidos no sólo para la elección de compañero, sino también para las amistades y conocidos.
La amígdala, que valora emocionalmente lo que vemos mucho antes de que seamos conscientes siquiera de que lo estamos viendo, etiqueta de forma rápida a los extraños, y después se requiere un gran esfuerzo de conocimiento y compresión para poder quitar sus etiquetas.
Nuestra supervivencia muchas veces dependió de que supieramos intuir las intenciones de nuestros congéneres con gran celeridad. La fealdad puede ir más fácilmente asociada al resentimiento, al odio, a la violencia, y la belleza a una vida tranquila y regalada, a unos ademanes de serena seguridad, a la suavidad de formas....todo esto son prejuicios, desde luego, y demasiadas veces no se corresponde con la verdad, pero prejuicios evolutivamente útiles.
Volvamos a JFK.
Tommy Lee Jones, hombre poco agraciado donde los haya, interpretaba al acusado de Garrison: Clay Shaw. Con la adecuada pericia interpretativa que el oscarizado Jones posee holgadamente, y con una peluca blanca y rizada que no encajaba en esa cara basta y grosera, Shaw era un malo muy creíble, el perfecto conspirador. Pero hagan el favor de mirar a la foto del pobre Shaw, un hombre de negocios visto de pronto envuelto en un lío judicial tremebundo, con cara de cordero degollado o de reo ante el cadalso, y miren de paso a la de Garrison, con ese aspecto de bestial lobo o implacable verdugo . Son reales. Ante ellas las dudas -al menos en mi caso- cambian de objeto, de sujeto...¡Solo con cambiar las caras!....
A todo esto se suma un discurso que Garrison nunca pronunció, que seguramente tome algunos giros de Demostenes, otros pocos de Ciceron, unos pocos de Pericles, y los sazone con algunas notas del canto al pueblo americano de Jefferson y otros padres de la Patria, muy en el estilo de toda película americana de juicios que se precie.
Kennedy fue abatido por un único tirador: Lee Harvey Oswald, un pobre diablo que respondía muy bien al perfil de comunista por resentimiento y megalomanía, un loco que vivió en la Unión Soviética por voluntad propia, y que hacía propaganda de Castro en plena calle, e incluso en radio y televisión. Y Oswald fue abatido a su vez por un tonteras que dirigía un puticlub y que admiraba a Kennedy. El círculo trágico se cierra. Si bien quedan dudas sobre si Oswald pudiera haber sido el brazo ejecutor de una venganza de Castro.
Uno de los historiadores entrevistados en el documental reconocía, casi al final de este, la valía como cineasta de Stone, pero este reconocimiento solamente le servía de base para señalar el flaco favor que el director hacía a la historia, al mezclarla con el mito de la conspiración.
"Stone con su cine llega a todo el mundo, y su versión de los hechos será la que la gente conozca, y aquella en la que crea", afirmaba el historiador.
Y así es como se crean muchos de los mitos y leyendas de nuestro tiempo.
Las grotescas desfiguraciones de Michael Moore son sin duda dañinas. Pero mucho más peligroso es, sin duda, que Spielberg cuente las cosas tal y como él y algún otro creen o quieren creer que realmente sucedieron.
Aún recuerdo la amarga decepción que me llevé al ver la película Troya. Pero aquello fue mito sobre mito, aunque en el mito originario, empero, ya nos demostró Schliemann que había algo de verdad.
Ahora Spielberg se lanza a la aventura de inventar una parte fundamental de la reciente historia del pueblo judío y del conflicto palestino - israelí en Munich.
La película me atrae, como antes me atrajo Troya, porque trata un tema muy interesante y está, de seguro, muy bien hecha.
Pero parece que Spielberg se toma licencias, como Stone, para hacer el relato más "literario". Y es lamentable porque todas las licencias, con mayor o menor intensidad, van en el mismo sentido.
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