

Los agentes del Mossad no se caracterizan por ser nenazas lloronas. Si en algún momento son "clementes y misericordiosos" no lo son al paradójicamente cruel estilo de las gentes de Alá ni, desde luego, al claudicante estilo borrego-progresista.
Un amigo mío fue entrenado por ellos. Junto con otros españoles se preparaba para hacer frente al peligro terrorista en los aeropuertos, tras el 11-S. Nadie podía enseñarles mejor lo que era un terrorista islámico y cómo combatirlo que quien había estado expuesto a él durante decenios.
Lo primero que hicieron los instructores del Mossad fue darles una charla edificante: "Combatimos a terroristas, en ocasiones con sus propios métodos. No podemos dudar, ni tener contemplaciones. Dudar es morir".
Y así es, aunque en ocasiones pasen cosas como esta , o como esta otra.
Pero el Hamlet de Spielberg, un tal Avner, fenomenalmente interpretado por Eric Bana, duda entre el ser o no ser sicario de un sionismo que actúa en defensa propia. Se le hace muy cuesta arriba ejecutar a asesinos. Tiene fijación por los objetivos, pero duda si matar a los que le rodean, que son tan malos como (o peores que) el objetivo mismo, y desde luego potenciales sucesores.
Los "objetivos" son seres humanos, y Spielberg lo pone de relieve al darles voz en la película. Aparecen como hombres de aspecto pacífico y amigable. No hay que olvidar que eran personas importantes, aún cuando lo fueran en lo suyo. Vito Corleone, por poner un ejemplo, era extremadamente educado, todo un finolis, y hablaba sopesadamente enfundado en un bonito traje.
Steve, uno de los miembros del comando israelí dirigido por Avner, no alberga dudas sobre lo que tiene que hacer: la venganza es para él un plato de gusto. En cierto momento tiene un enfrentamiento con Carl, otro del grupo, que se muestra serenamente escéptico, y dice una verdad como el Templo de Salomón: los repulsivos monstruos a los que exterminan no parecen lo que son porque se ocultan tras unas maneras y una indumentaria elegantes. Lo contrario también es cierto: todo buen torturador sabe que el mejor modo de perder el respeto a su víctima es desnudarla o vestirla andrajosamente, ensuciarla, hacerla parecer un animal cuadrúpedo tirado por los suelos.
La realidad del Mossad es más la de Steve que la de Carl. Y ello es así porque si no lo fuera no habría tampoco Mossad, ni lo que defiende.
4 comentarios:
Si, es muy interesante.
Hay que reconocer que esos hombres están hechos de una pasta especial.
Coincido contigo Javier
Un placer que así sea
http://blogs.periodistadigital.com/tizas.php/2006/02/02/la_furia_de_los_espias
Aquí un poco más.
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