Nada une más que un enemigo común. Los valores que hacen posible cada día el milagro cornucopiano del modo de vida occidental (esos que Blair defiende sin avergonzarse) tienen dos enemigos terribles, unidos por su condición y por su negación: el escéptico y el bárbaro.
El primero pone en duda incluso lo evidente, para mejor lucir su intelecto banalizador de realidades y su poética evasiva mientras su sociedad se erosiona y derrumba.
Recuerda a esa orquesta del Titanic que tocaba mientras el barco se hundía irremisiblemente en las frías aguas del Atlántico Norte.
El segundo tiene muy claro lo que quiere y lo persigue sin reparar en medios. Quizá deba mezclarse con la chusma a la que desea exterminar y utilizar el lenguaje de la paz, la democracia y la libertad, para mejor engañar a sus víctimas, o quizá no necesite hacer ni eso, dada la paradójica tolerancia con la que se le asimila en las sociedades abiertas.
En torno a tres o cuatro verdades inopinables, y probablemente incontrastables, construye su delirio de minúscula grandeza, de nihilista sumisión.
Ayer tarde puse la radio en el coche, de camino a mi casa, y escuché retazos de noticias, debates y canciones. En mi periplo radiofónico arribé a “La Ventana”, de la Ser, (siempre abierta, para que su hedor salga mejor al exterior) donde en ese momento hablaba una voz grave y profunda, que comparaba el fundamentalismo islámico con el evangelismo Estadounidense, y afirmaba que Bush había ido a rezar a su Dios antes de emprender la Guerra contra el Terror.
Más tarde deduje, por un comentario de Yema Mierda, que aquella voz pertenecía a Juan José Millás, uno de esos necios ilustrados que se caracterizan por hacer ejercicios y peripecias con las palabras sin expresar una sola idea cierta o razonable. Un escéptico de esos cuya única fe es la fe en su enemigo (que generalmente es Estados Unidos y/o el liberalismo).
Dieron entonces entrada en antena a un supuesto experto que había escrito un libro sobre el 11-M de cuyo nombre (autor/libro) no puedo acordarme (ni falta que hace) y Millás aprovechó la coyuntura para preguntarle irónicamente si se podía confirmar ya que los atentados de Londres no eran obra de ETA. Esto sirvió para que todos los contertulios y el experto en cuestión comenzasen un ataque abierto y despiadado contra el PP, tanto por su gestión entre el 11 y el 14 de marzo como por su postura en la comisión de investigación, que les parecía –especialmente al “experto”- conspiranoica.
Una tímida voz trató de discrepar (creo que era de una tal Mercedes de la Merced), pero fue sepultada por un alud de aceradas críticas cuya violencia contenida solo era superada por su falsedad desbocada.
No tan contenida es la violencia de los que rodeaban la cumbre del G8. La policía hacía el papel de dique para contener, ella, el desbordamiento de las procelosas aguas antiglobalizadoras. Entre los manifestantes se destacaba, en dos imágenes de Televisión Ex – pañola, dos grandes y coloridas banderas, una comunista y la otra una Ikurriña. Y uno se pregunta, dado lo manipuladora que es la TVE, si las tomas en las que las banderas tanto destacaban eran una selección tendenciosa o reflejaban lo que realmente había allí. Y debo reconocer que, por vez primera, creo que se trata de lo segundo.
Por lo que pude colegir de los rebuznos de los manifestantes, estos pedían lo mismo que los que se reunían en señorial mansión, dentro del cerco, andaban buscando.
Bush decía que se trataba de acabar con el hambre y con la pandemia del SIDA en África...etc etc.
Quizá estuvieran estudiando la viabilidad del Plan Marshall para África de Blair (del que hablo en “Liberalismo Ambiguo”). Si así es no encuentro otra explicación para las mani-infectaciones circundantes que la inercia de protestar sin parar torpemente aderezada con la ignorancia más supina. Muy bárbaro ello.
No tan bárbaro, eso sí, como la matanza de Londres, que sacó temporalmente a Blair y su plan del plan del día.
El terror tiene grandes y pequeños agentes, explícitos e implícitos representantes, colaboradores activos y pasivos. Hay pequeños y grandes terroristas.
Los primeros, escépticos, actúan como las termitas, corroyendo por dentro del cuerpo social.
Los segundos, bárbaros, son el martillo que golpea brutalmente un cuerpo ya descompuesto por dentro.
Nuestros escépticos de salón terminarán, si les dejamos, por abrir las puertas al invasor con la alegre frivolidad con la que Bertrand Russell se mostraba dispuesto a recibir al monstruo totalitario Nazi en su isla.
Ayer esa isla fue atacada en su centro neurálgico. Pero escuchando al líder laborista puede uno estar seguro de que el apaciguamiento, allí, es cosa del pasado.
¡Si eso es lo que dice el líder laborista que no dirán los conservadores!.
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