lunes, julio 18, 2005

Un Fundamento Sociobiopsicológico del Totalitarismo

Uno de los fundamentos, quizá el más importante, del pensamiento totalitario, es la desconexión, en el plano práctico, de la realidad. Algo he apuntado, a este respecto, en mi escrito acerca de las catarsis resacosas. Pero este era solo un caso concreto, relativo a ciertos artistas, a cierto arte. Hay más.

Por ejemplo son destacables los siguientes:

Políticos profesionales, adolescentes o jóvenes que viven de sus padres y no quieren / no pueden independizarse, burócratas o aristócratas, profesores y alumnos universitarios que no están en estrecho contacto con el mundo real y cuyas ideas flotan libremente, sin restricciones ni obstáculos concretos, tangibles, palpables.

Si uno piensa en el más conspicuo espíritu totalitario de nuestros días, el islámico, encuentra en seguida la mentada relación entre falta de praxis y un aparato conceptual de peligroso idealismo.

Por ejemplo: el celo con que se preserva en nuestros días el “wahabismo” entre los monarcas del petróleo podría tener su cimiento sociobiopsicológico en la sobreabundancia sin esfuerzo que la venta del oro negro produce. Un dato curioso: en Arabia Saudita trabajan sobre todo los extranjeros.

Ben Laden es un multimillonario. Los terroristas del 11-S, 11-M y 7-J gozaban de holgada financiación, y, si trabajaban, lo hacían indolentemente y como tapadera.

Trabajar para ganarse la vida, vivir en una sociedad hasta cierto punto meritocrática, fortalecen ciertos aspectos del carácter y endulzan otros.

Cuando uno ha de lidiar diariamente con los intereses de los demás, teniendo muchas veces que contentarlos para lograr los propios, adquiere una percepción más sopesada y comprensiva de los otros, cuyas apreciaciones se ve obligado a escuchar y entender, por el propio bien. Esto convierte a cada individuo en una persona merecedora de respeto, e incluso de aprecio.

El hombre adquiere su dignidad cuando su voz es escuchada y sus derechos respetados.

Los que no tratan con otros más que para dar órdenes o recibirlas difícilmente pueden valorar al hombre.

Por otra parte la lucha diaria, cotidiana, por sacar adelante el propio porvenir, nos hace valorar positivamente cada logro, cada bien o servicio obtenidos, cada momento de ocio.

No solo se valora más, pues, a las personas. Los objetos y vivencias adquieren un valor, como resultado de un esfuerzo encaminado a obtenerlos. No se trata de que tengan un mayor valor, sino de que tengan valor, a secas.

Nuestra naturaleza es así. Nuestra evolución, o, dicho de otra forma, nuestra conformación como seres humanos, ha sido un proceso lento, de ensayo y error, que se ha dado en un contexto natural de escasez. Por ello nuestro cerebro recompensa con sensaciones gratas no solo el logro de objetivos biológicamente relevantes, sino las acciones que permiten dicho logro. Y puesto que nuestro organismo precisa de sustento periódicamente, con una regularidad que obliga a una búsqueda constante de la satisfacción orgánica para la supervivencia, todo lo que suponga una mayor capacidad para lograr objetivos proporcionará más bienestar que la reiteración de satisfacciones.

Así no puede parecernos paradójico que uno obtenga normalmente mayor placer haciendo ejercicio que tomando el tercer helado de la tarde.

Volviendo al asunto del valor, que, como era de esperar, tiene su raíz en las necesidades de nuestra naturaleza, conviene señalar que lo único que da valor a las cosas es su escasez relativa. No hablamos aquí de una escasez absoluta. Hay alternativas a ella, y todas ellas pasan por el desarrollo capitalista.

Como desarrollo capitalista no hemos de entender la sociedad industrial moderna, que solamente sería un punto elevado en el mismo, sino la acumulación progresiva de medios para lograr fines, que nos distancia cada vez más de la naturaleza desnuda.

Para que este desarrollo se produzca es preciso, como decía, acumular, guardar para después, y no dedicarlo todo al consumo inmediato en precario.

Y para que un ser tenga la capacidad de previsión necesaria para dicha acumulación es preciso que disponga a su vez de un cerebro organizador, planificador, ejecutivo, que se plantee las circunstancias con una perspectiva temporal y jerarquizadora.

Esto, si bien se da en pequeña medida en muchos seres vivos, solo se da de una forma plena en el hombre. Y el capitalismo es la consecuencia inevitable de nuestro actuar en el mundo.

La selección natural ha "creado", en nuestra especie, un sistema endocrino y neuronal tal, que el logro de objetivos a través de una acción ordenada y esforzada produce sensaciones prolongadas de seguridad y tranquilidad, mientras que la satisfacción inmediata y fácil de toda necesidad vital provoca efímeros placeres que indefectiblemente derivan, al instante siguiente, en hastío, inseguridad y vacío.

Lo primero emocionalmente, sería como el flujo constante, regular, tranquilo de un río, bien canalizado hacia los cultivos necesarios para la vida. Lo segundo como un río violento, que tan pronto inunda nuestros desprotegidos campos, como se seca y nos priva de su agua.

Ya hemos visto que muchos no se enfrentan a la vida, a la realidad, con un estrecho contacto con las necesidades y las valoraciones de los demás acerca de estas.

Precisamente por ello tratan de escapar de la zozobra apuntalando su privilegio, o se evaden, imaginando la forma de hacerlo, soñando ese mundo ideal en el que una mágica abundancia lo prolongase y aumentase.

La zozobra que experimentan, a la que yo denominaría tedio insomne, puesto que trastorna el sueño y vacía de valor la vida, es un desequilibrio, un terremoto emocional que solo puede conducir a la depresión o a la manía, al vacío y al nihilismo. Necesitan dar un sentido a sus existencias, y lo necesitan con urgencia. Y para ello se abrazan con tensión estranguladora a un credo, a una seguridad encorsetada, vulgar sucedánea de la obtenida por el libre desarrollo de las facultades humanas naturales en un medio social ancho y profundo.

Como final de esta disertación podríamos decir lo siguiente:

El pensamiento totalitario es una manera que tiene nuestro cerebro de aliviarse cuando nuestro organismo no está adaptado al entorno social de una forma consecuente con las exigencias de nuestra naturaleza.

El totalitario busca imponer a los demás un equilibrio acorde con sus taras, procurando moldear al todo social, e incluso al natural, allí donde no acepta el precio de la adaptación, que solo habría de pagar él.

2 comentarios:

Huber dijo...

Muy interesante Nomotheta, yo llevo tiempo pensando que el origen no sólo del islamismo sino de muchos otrso males sociales tiene una explicación psicológica mucho más que sociológica. ¿Puede haber sociedades con baja autoestima? Desde luego si la sociedad árabe fuera un individuo la mezcla de enorme riqueza repentinamente sobrevenida sin haber hecho nada para merecerlo junto con el ocio sin descanso y la certeza de la segura desaparición en el corto plazo de esas fuentes de riqueza serían suficientes para mandarle a la consulta del psicólogo y atiborrarle de diazepan. Hace falta un Nathaniel Branden de las sociedades!!!

Nomotheta dijo...

Aunque las sociedades no son individuos están compuestas por tales. Por ello es de enorme importancia valorar no solo los factores ambientales y culturales que pudiesen influir en (o determinar) los comportamientos individuales y sus agregados sociales, sino también la carga genética de las poblaciones que forman las distintas etnias y razas.

El problema para abordar este estudio comparado de las sociedades está, por un lado, en el pesado lastre de opinión contraria y abierta censura que todo el que trate de establecer comparaciones que impliquen diferencias significativas entre los “comparandos” debe cargar –y del que no se puede zafar ni con argumentos intachables ni con honestas declaraciones de intenciones. Después de la eugenesia y el nazismo los científicos de bien lo tienen francamente difícil para emitir juicios fundados.

Por otro lado existe un problema que podríamos denominar “técnico”. La ciencia aún no está lo suficientemente madura para establecer, sin ningún género de dudas (aunque ya se van vislumbrando) las íntimas relaciones entre los genes y el comportamiento de un modo concluyente que permita sentar sólidas bases para la comparación.

Yo creo que existe un fenómeno de selección social, que opera sutilmente, en un período de tiempo no geológico, sino mucho menor, igual que opera la selección artificial que Darwin señalaba acerca de palomas, vacas o cerdos, y que afecta a la proporción, dentro de las distintas poblaciones, de alelos de genes relacionados con las funciones cognitivas.

Pero este tema es largo de exponer y tiene aún que ser perfilado e hilado con fino hilo.

La cosa es que entre el Corán, la Sharia, el calor, la sobreabundancia del petróleo, la larga tradición política de despotísmo, que se remonta a las monarquías de la Antiguedad, la Edad Media en la que aún viven, y la media de edad y la carga genética de las poblaciones islámicas, anda el juego.

Ningún mar de injusticia, creo yo.