miércoles, julio 06, 2005

La Razón Inútil frente a la Ignorancia Operativa

"Yo Ignoro". Esta debiera ser la Declaración Universal del Individuo. Sin embargo, demasiados son los que pretenden saber lo que no saben, y predecir lo impredecible. Cuanto más complejo es el asunto que la mente aborda más peligrosas son las pueriles soluciones que su razón produce.

Un asunto se convierte en sumamente complejo a partir del momento en el que en él intervienen más de 3 variables. En matemáticas y en física lo han comprendido bien. Fenómenos tales como la climatología o la economía son de una complejidad máxima, inabarcable.

Si bien es cierto que se puede encontrar algún esquema relativamente sencillo de aplicabilidad asequible y resultados positivos, a través de una lógica observadora de recurrencias, no es menos cierto que nosotros, los operarios encargados de hacer funcionar los engranajes de la maquinaria creada inadvertidamente por el hombre, no llegamos a comprender muy bien qué hacemos, ni cómo lo hacemos, ni para qué lo hacemos, o no al menos hasta los últimos rudimentos.

Si, en cambio, se puede llegar a creer en el proyecto global a partir de unas simplificaciones abstractas, de unas abreviaciones inexactas pero fácilmente reconocibles y manejables, de unas "ideas" creadas por y para el hombre, cuya instrumentalidad es su verdadera razón de ser.

Estas consideraciones aluden a los hechos básicos del pensamiento que motivan la opinión.

Lo simple, paradójicamente, es funcional. Las opiniones simplistas y los esquemas simplistas llevan a comportamientos relativamente coherentes y unifican criterios de un sinnúmero de personas. Esto crea grupos de presión que ejercen con su número una influencia decisiva en el curso de los acontecimientos sociales, influencia, todo sea dicho, que no lleva casi nunca a los fines de los que presionaron, en el mejor de los casos a un acercamiento torpe.

Cada persona que integra un grupo de presión es distinta a todas las demás en el mismo. Cada uno de los que forman el grupo llegan por distintas causas a coaligarse con él. Unos por deseo de sumisión, otros de dominio; unos por el placer intelectual que le deparan sus ideas, otros por el temor a ideas contrarias u opuestas; unos por una firme convicción, otros por vago escepticismo; unos por pasiones inconfesables, otros tras una reflexión honda…etc etc etc.

Sea como sea van todos de la mano, unidos, formando una cuña que penetra el cuerpo social como el cuchillo la mantequilla.

¿Qué pueden tener en común tantas personas y tan diferentes?. Evidentemente pocas cosas. Y esas pocas cosas son las cosas a partir de las cuales se escriben los escasos renglones ideológicos de los partidos políticos y demás asociaciones de presión. La simplicidad alcanza pues su apogeo, en lo más alto, precisamente en los asuntos más generales, más complicados.

Una vez instalado en el altozano del poder, el representante de las fuerzas vencedoras en la dinámica social, otea el horizonte con perplejidad y temor. El panorama que se presenta ante él es de todo menos sencillo. Con sus “ideas”, con sus planteamientos esquemáticos, ha de afrontar la labor de conciliar numerosos intereses contrapuestos, de sacar adelante su proyecto, de mantener la coherencia que en la simplicidad era tan natural, de decir la verdad y a un tiempo mantener la discreción, de eliminar trabas al conjunto de la sociedad provocando importantes daños en partes de ella, de respetar los derechos establecidos de la ciudadanía y a un tiempo garantizar el cumplimiento de las leyes…etc etc.

La razón resulta inútil, en demasiados casos. La ignorancia, en cambio, es operativa. El ignorante no es uno, sino una multitud que vota y se manifiesta de acuerdo con corrientes de opinión mayoritarias, esto es, simples. La razón, en lo alto de la escala social, no sabe qué hacer. Hay demasiadas cosas y demasiado complejas que hay que resolver, y muchas no tienen solución a su alcance. La razón en lo alto es como la pericia de un marinero que, en plena tormenta, trata inútilmente de guiar su embarcación, que flota inestable sobre un mar embravecido.

Por ello solo nos queda una opción ideológica sensata: el liberalismo. La gente ignora tanto más cuanto más alejadas están las cuestiones analizadas de su reducido campo de acción personal. Por ello hay que incrementar ese campo personal reduciendo el colectivo. Y el poder habrá sido entonces democráticamente distribuido. Esto se logra con los mercados libres, donde uno elige a diario lo que desea, y no a través de un proceso político con el que se otorgan amplios poderes a una oligarquía títere de intereses múltiples.

Los políticos radicales y jacobinos (esto es, los verdaderos políticos, pues viven de politizarlo todo) no entienden esto, y guiados por su pálido racionalismo fomentan primero la unión de las personas en grupos de presión (donde estas buscan cobijo y fuerza), después la división (al hacer antagónicos a dichos grupos en los juegos de suma cero de favorecer a unos y perjudicar a otros) y con ello, finalmente la ignorancia (al obligar a los individuos a ocuparse de asuntos que necesariamente les superan).

Y es que en el proceso político la razón es inútil y la ignorancia operativa.

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