Los terroristas suicidas de Londres eran muy jóvenes. En la juventud se viven las cosas con más apasionamiento y, en consecuencia, con menos mesura. La fe es enorme, incluso si se trata de una fe en el escepticismo, el nihilismo o el absurdo. La juventud tiende a creer porque está llena de vitalidad, y necesita desbordarse emocionalmente en alguna certidumbre, de forma que quede justificada la acción. Si es cierto eso que dijo Sartre de que la existencia precede a la esencia no es menor cierto que la acción precede a la razón. De hecho la razón es acción. El pensamiento es movimiento. Y cuando el movimiento es veloz y arremolinado, se llega a la locura o a la convicción obsesiva.
Locos y convencidos obsesivos, son los suicidas de Londres. Y si su suicidio es prueba de bárbara ignorancia, también lo es de vitalidad.
Uno de los grandes problemas que tiene el mundo musulmán es la sobreabundancia de jóvenes. La cerrada y agresiva fe coránica no podía tener mejor ummah que unos cuantos cientos de millones de jóvenes.
La quinta columna de asesinos de Alá se conjura silenciosamente en nuestro libre y pacífico mundo occidental, para reventarlo desde dentro a bombazos en la mejor ocasión.
Como los jóvenes son exportables, importamos su exceso y traemos la serpiente a nuestro seno.
La corteza prefrontal tarda en madurar en los seres humanos. O al menos eso es lo que dicen los estudiosos del cerebro.
Es en esta zona de nuestro órgano rector donde se supone que planificamos, moderamos los impulsos y razonamos –en el mejor sentido del término.
Los jóvenes suelen ser menos cabales no solo por su inexperiencia, a la que tanto y tan erróneamente se alude, sino fundamentalmente por carecer de un lugar amplio y confortable en su alma en el que ubicar el sentido común. Si a esto le sumamos los terremotos hormonales de la adolescencia, no cabe esperar “excesos” de moderación y buen sentido en los que menos tiempo llevan entre nosotros.
Pero ¿tan jóvenes eran los asesinos de Londres?. No tanto como esos a los que han matado en Irak por coger caramelos a los soldados de USA, ciertamente. Pero se encontraban en la encrucijada iniciática en la que habían de reafirmar su encendida fe, ardiendo con ella en un infierno predecesor de paraísos, y haciendo con ello explotar sus desmedidas energías con la deflagración de las bombas.
Alguna vez me pregunto cuando estará la ciencia madura para el estudio de la psicopatología comparada de las sociedades. Pues no hay ni mares de injusticia ni puro adoctrinamiento de madrasa.
Sea como fuere una sociedad llena de jóvenes tiene ya por ello, de por sí, “más locura de la razonable”. Y si a eso le sumamos la obsesión por la justicia de la religión y cultura musulmanas, y su carácter monolítico y blindado contra todo argumento contrario, el resultado solo puede ser un joven dedo acusador que señala a Occidente como culpable sin pruebas de los males que su propia inflexibilidad doctrinal les ha causado.
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