lunes, septiembre 12, 2005

Dotaciones de Serie

“Denme una docena de lactantes sanos, bien formados y me comprometo a hacer de cada uno de ellos, al azar, cualquier tipo de especialista: médico, abogado, artista, jefe de ventas e incluso mendigo y ladrón, independientemente de su talento, tendencias, vocaciones y raza de sus antepasados."

Con esa jactancia de mago de feria hablaba J.B.Watson, padre del conductismo. Y daba a entender que lo que somos es producto de nuestro ambiente, de nuestras circunstancias vitales, de nuestra cultura. La vieja polémica entre herencia y crianza tenía por fin una solución feliz, si bien ilusoria. La naturaleza humana era perfectamente maleable. Cualquiera de nosotros podía ser cualquier cosa que se propusiese, o al menos cualquier cosa que se propusiese un tutor benevolente. La mente era al nacer una hoja en blanco y la existencia natural y social se encargaban de escribir sobre ella y definir de esta forma la identidad y la conducta del hombre.

Puede comprenderse porqué esta teoría psicológica triunfó al tiempo que triunfaba la teoría política marxista. El siglo XX vio el auge y el declive de ambas, y no por casualidad.

El muy específico tipo de romántico socialista creía en la igualdad de los hombres, y veía en su reconocimiento el punto de partida moral para el avance de la sociedad humana en su camino a la eternidad comunista.

El conductismo o behaviorismo ofrecía la teoría psicológica esencial, fundamental, para el desarrollo de cualquier idea acerca de la igualdad humana.

Si uno pudiera llegar a ser cualquier cosa (incluso dentro de lo humanamente posible), se cumpliría lo que decía Trosky acerca del futuro hombre comunista: cualquiera que formase parte de esa sociedad, cogido al azar, sería un Sócrates, un Platón, un Marx......La sociedad perfecta habría moldeado al hombre perfecto. Suponiendo, claro está, que los mentados filósofos pudieran considerarse perfectos (y que una sociedad compuesta de ellos lo fuera).

Pero hay unas cuantos cientos de millones de personas que murieron debido a que los ingenieros sociales de turno no les hicieron entrar en razón. Eran, los fallecidos, poco maleables.

La idea de igualdad no solo nos hace pensar en colectividades homogéneas, también excluye la idea de individuo. Porque lo igual es intercambiable (por lo que el yo se diluye en el nosotros) y solo lo diferente tiene individualidad. Todo aquel que se encuentre fuera de la norma, sea esta la que sea, es, o bien una oveja que debe volver al redil, o bien un enemigo declarado. Así que solo cabe reeducarlo o exterminarlo, llevarle a un psiquiátrico o a un campo de trabajo o ejecutarle tras sumarísimo juicio (y hacer de paso un extensísimo y denigrante juicio póstumo).

La peligrosa idea de la igualdad ha sido desmontada conceptualmente tanto desde la ciencia biológica como desde la económica.

En lo que se refiere a la biología han sido demoledores los golpes venidos desde la etología y las neurociencias.

El elevado innatismo comportamental, por un lado, y la diversidad humana por otro parecen más que demostrados. No hay contradicción en ello. Somos diferentes entre nosotros, pero no diferentes a nosotros mismos, por lo que no podemos ser otro fácilmente, ni intercambiarnos como naipes nuevos. Cada uno tenemos nuestra marca, algunos la de Caín, otros la de Abel, otros la de un organizador, un pensador, un comediante, un charlatán, un trabajador inagotable, un deportista, un amante del riesgo, un matemático, un..... Cada uno da de si lo que da. Y a cada uno le toca desarrollar un muy limitado número de papeles, dentro de lo humanamente posible.

En lo referente a la economía se ha visto caer....el castillo de naipes de la sociedad dirigida e igualadora. Y aunque hubo muchos profetas que clamaron en el desierto (léase Hayek o Mises, por nombrar a los más destacados), la cosa cayó por su propio peso (o su falta de él, según se mire).

Tenemos distintas dotaciones de serie. Somos individuos.

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