Cuando pongo la Ser por las tardes, de vuelta a casa en el coche, lo hago expectante, pues sé que siempre voy a encontrarme con alguna de esas voces desafinadas que se lamentan de los males de este mundo y que atribuyen los mismos a algún chivo expiatorio, generalmente un país o una persona que por azares de la vida y méritos propios, en una proporción variable e indiscernible, han alcanzado una posición de preeminencia.
No sé si antesdeayer o el día antes escuché el debate (si es que puede denominársele de esta manera) entre los “profesores” (si es que se les pudiera denominar de esa manera).
Por lo que decía la presentadora de “La Ventana”, de voz melosa como un veneno de dulce sabor, la gente llamaba a todas horas a la cadena para solicitar el dichoso debate entre los dichosos profesores. Supuse por ello que se trataba de un acontecimiento radiofónico cuando menos espectacular.
Presté pues oídos a la cosa, ansioso por oír grandes verdades o grandes tonterías (pues ambas cosas pueden atraer al público, aunque generalmente sean las segundas las que más lo atraigan, especialmente en esa emisora).
El tema que ese día iban a tratar, propuesto por la organizadora del programa, era el del incivismo, puesto que se hallaba muy de actualidad por lo ocurrido en las fiestas de Barcelona.
Nuestros profes dijeron muchas cosas, de todas las cuales no recuerdo (ni falta que hace) mas que unas pocas, dado que la memoria es selectiva y solo retiene aquello que a uno le interesa por una u otra razón.
En este caso retuve dos o tres, destacables no tanto por la sabiduría que encerraban cuanto por la ausencia completa de la misma.
Decía uno de ellos, el más locuaz y por ello el que más se deslizaba hacia el disparate, que había muchas personas que veían mal que alguien durmiera en un banco o meara en la calle porque lo veían, esto es, porque les desagradaba el espectáculo, únicamente. Es decir: no les importaba lo más mínimo que esas cosas ocurriesen, lo que no querían es que ocurriesen en su calle, enfrente de su casa, delante de sus narices.
Más adelante señaló que la política de tolerancia cero seguida por el Alcalde Giuliani en New York había vaciado la calle de delincuentes y vagabundos para satisfacer los intereses empresariales de la zona, sobre todo en los sectores turístico e inmobiliario. Proponía el amigo el ejemplo de alguna calle de un distrito pobre en un país pobre de Sudamérica, tan llena de vida, como opuesto al frío e indiferente orden de Nueva York. Un oyente llamó preguntándose porqué los suizos lo tenían todo tan pulcro y tan limpio, y nuestro sabio respondió que Suiza era el paraíso de los Bancos (que no eran, decía irónicamente, para sentarse).
De todo esto me cabe deducir, si no entendí mal al profe (cosas que tantas veces nos ocurre a los alumnos poco aventajados), que lo ideal es una calle pobre en un país pobre, pues aunque en ella no puedes estar seguro ni tranquilo, hay alrededor tal maremagnum de vida que la felicidad está con ello garantizada. Pues las calles limpias en las que impera el orden y uno se siente protegido son aburridas, insulsas, insubstanciales, y su paz es la de un cementerio moral y espiritual, aunque haya numerosas opciones de consumo y ocio.
Asimismo se puede suponer, sin arriesgarse a malinterpretar demasiado al profesor, que las personas que estorbaban la quietud hierática del Nueva York empresarial han sido barridas, literalmente, en un genocidio silencioso. Todo lo que quedan son autómatas que obedecen las sutiles consignas de un capitalismo que opera entre bastidores, poder en la sombra que quita y pone cargos públicos y crea para la plebe urbana los gustos que luego se encarga de satisfacer.
Es pues, el incivismo, casi una necesidad biológica de rebelarse contra el “orden establecido”, una forma beligerantemente activa de poesía, un imperativo de una ética sutil que antepone el caos a un desorden canalizado, la gran guerra a una sucesión de pequeños conflictos contractualmente solventados, el infierno de una pobreza indolente, que revienta en peligrosas pataletas, al limbo de una prosperidad laboriosa que domeña a diario el azar y la necesidad.
Decía el Profe, casi orgulloso, que cuando un joven armaba un jaleo de madrugada o destrozaba mobiliario urbano, había que buscar las razones en los 600 euros que cobraba de sueldo.
Y después de unas cuantas intervenciones desafortunadas terminaron, este de cuyas barbaridades he hablado, y el otro, que dijo menos, entre otras cosas por hablar menos, sin haber aclarado nada acerca del incivismo, y sin haber profundizado en ese fenómeno social en el que tanto influyen la educación y los valores morales de la sociedad donde acontece.
La charla a la que asistí como convidado de piedra me pareció bochornosa, y los que la sostenían me parecieron –especialmente uno de ellos- profundamente incívicos.
En la próxima francachela de adolescentes que acabe en enfrentamiento callejero serán ellos los que habrán tirado la primera piedra. Y no precisamente por estar –libres de pecado.
2 comentarios:
¡¡¡No vayas a Hacienda con una escopeta, loco!!!!......
¿No ves que te cobrarían una licencia de caza, otra por la posesión del arma, otra por su uso, otra por cazar en zona prohibida, otra por....?
Te irías a casa en calzoncillos y sin los 650 euros.
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