Cito el fragmento de un artículo de Julia Escobar en Libertad Digital:
“Leí hace poco en un libro de Jean François Rével una anécdota sobre una discusión entre Joseph Schumpeter y Max Weber que refería Karl Jaspers y que yo que les voy a contar por lo menudo para que la disfruten. Al parecer están todos en un café en Viena y discuten sobre la revolución rusa. Schumpeter se congratula porque, al fin, "el socialismo no se circunscribirá a un programa sobre el papel, sino que probará su viabilidad". Weber le responde que el comunismo, "en ese estado de desarrollo en Rusia, constituye un crimen, y que eso conducirá a una miseria humana sin precedentes y a una terrible catástrofe". Schumpeter dice: "sí, así será ¡pero qué excelente experimento de laboratorio!" Y añade Weber: "un laboratorio lleno de cadáveres", a lo que Schumpeter replica: "eso se puede decir esto de cualquier sala de disección". Toda tentativa para cambiar hacia otros asuntos la conversación fracasa. Weber grita, se acalora. Schumpeter permanece silencioso y sarcástico. Los demás esperan, escuchando con curiosidad hasta que Weber se levanta bruscamente y dice: "No puedo entender nada de esto". Y sale del café. Schumpeter sigue sentado y dice sonriendo: "¡Cómo se puede gritar así en un café!"”.
Esto me ahorra tener que buscarlo en “La Gran Mascarada”, donde yo también lo leí.
Con ello lo que hago es citar a alguien que cita a alguien que citaba a alguien que transcribía una conversación de otros. Y cualquiera sabe si no habría algún otro por medio.
Espero que la conversación no haya resultado demasiado transformada en el camino.
Debo reconocer que cuando la leí me quedé perplejo. Schumpeter me pareció enormemente frívolo, y Weber un sabio clamando en un desierto moral.
Mucho han cambiado las cosas en las ciencias de las que estos dos grandes hombres fueron excelsos representantes.
La sociología, pese a haber tenido algún que otro pensador digno de ese nombre, como Raymond Aron, no ha alcanzado, me da la sensación, las cotas del XIX, con Durkheim y Spencer. Claro que a lo mejor me equivoco. Me guío por lo siguiente en mi apreciación: pedí a una socióloga que conocía que me aconsejase un manual introductorio a la sociología de primer nivel, y me habló de la obra “Sociología”, de Anthony Giddens, que era, por lo visto, la que recomendaban encarecidamente a sus alumnos casi todos los profesores universitarios de esta “ciencia”.
En el libro de Giddens, de 800 o 900 páginas (no recuerdo bien), que leí con interés “sociológico”, entre la risa, la conmiseración y el vómito de repugnancia, se podían percibir, desde un principio, claros dejes izquierdistas, además de tergiversaciones y falseamientos de la realidad vergonzosos y contrarios a la más elemental ecuanimidad, decencia u honestidad intelectuales y humanas.
Recuerdo especialmente cómo el libro comentaba una polémica surgida en EEUU por la publicación de un estudio sociológico sobre las prácticas sexuales en aquel país. De un plumazo, Giddens quitó de en medio toda objeción al estudio, diciendo simplemente que algunas personas lo había objetado y poniendo entre paréntesis el apellido Lewontin.
Daba la casualidad de que yo había leído dicha objeción, la respuesta de los autores del estudio y la réplica final de Lewontin, puesto que está en el libro de este último, que es una recopilación de reseñas: “El Genoma Humano y Otras Ilusiones” y que tengo en un rincón de mi humilde librería.
Lewontin es un personaje más bien de izquierdas (por no decir “radicalmente de”) y la mentada obra es, en mi opinión, poco recomendable y poco interesante excepto por este asunto.
Y es que Lewontin es un excelente estadístico, de primer nivel (por no hablar de su faceta de biólogo), y su objeción al estudio sobre el sexo estaba basada en fallos estadísticos y en cuestiones de principio que cualquier estadístico debiera tener perfectamente aprendidas antes de emprender un estudio.
Es por ello que el estudio quedaba COMPLETAMENTE refutado. Pero Giddens no debió de entenderlo así y se limitó a recluir a Lewontin (al que por otra parte tendrá en alta estima política) entre paréntesis.
Otra cosa que me llamó la atención es la ausencia de menciones al anteriormente citado Aron en todo el libro o (lo que es peor) al también anteriormente citado Herbert Spencer (ni siquiera en su capítulo sobre los fundadores de la teoría sociológica, de los cuales Marx era el más destacado).
A lo largo de sus cientos de páginas ñoñas y vacías de ideas poderosas, Giddens exponía diversas teorías peregrinas de autores de su cuerda.
Gentecilla como Habermas, Ulrich Beck, Pierre Bourdieu, Manuel Castells, Michel Foucault o el propio Giddens aparecen como lo más lucido y profundo de la galería de los horrores de la moderna sociología.
Si alguien quiere leer algunas joyas de esas eminencias que vaya a la siguiente dirección:
http://www.nodo50.org/dado/textosteoria.htm
De troncharse hasta decir basta es “El Fin del Neoliberalismo”, del Señor Beck. De veras que me reí. No tanto como cuando Rajoy dijo el otro día que no sabía exactamente para qué le había convocado ZP pero casi.
También las teorías sobre la educación de Bourdieu son la monda. Revel las disecciona en “La Gran Mascarada”.
La sociología ha tenido, pues, una gran caída desde Weber, hombre sabio donde los haya. O al menos eso es lo que apunta mi corta incursión en ella a través de un Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales.....
En cambio la Ciencia Económica ha continuado la línea de Schumpeter, que no por frívola es menos acertada. Ha extendido el certificado de defunción del Socialismo, pasando por alto con demasiada poca seriedad los probablemente cientos de millones de víctimas, directas o indirectas, del Socialismo real, que no tienen certificado.
Es curioso cómo aún hoy, poner de manifiesto lo que hizo el comunismo es una labor condenada al ostracismo y el silencio. Buscad si no “El libro negro del Comunismo” por la Red. Os pongo un enlace que es para troncharse.
No os perdáis los comentarios a la obra.
Bueno, sigamos con la economía, pero ya brevemente.
Es claro que hoy no hay economista –no al menos quien pretenda ser considerado- que no se declare liberal. Liberal se declara, por ejemplo, el ínclito Stiglitz , autor de “El Malestar en la Globalización”, libro que me produjo un gran malestar leer (pésimas tesis, plúmbea literatura).
Hoy todos los economistas somos liberales, si bien en la carrera los austriacos no son todavía convenientemente reverenciados (ni estudiados). Al menos no cuando yo la acabé, allá por el 98.
Pero ahí están Solbes, Sebastián o Miguel Ángel Fernández Ordóñez, en el Ministerio de Economía del Gobierno más radical que ha tenido la democracia española, ese que preside el tonto social-listo ZP.
Los Ministros de Economía de los gobiernos de izquierda son liberales.
Lo que les dejan, claro.
El experimento de Schumpeter arrojó su resultado, y los economistas han sacado las pertinentes conclusiones.
Weber traicionado, Schumpeter continuado.
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