miércoles, junio 22, 2005

El Oráculo del Logos

En la puerta de entrada al Oráculo de Delfos había una inscripción que rezaba: "Conócete a ti mismo". Este consejo, expresado en forma imperativa, ha sido desoído por la mayoría de las gentes que han poblado la tierra, desde entonces y hasta ahora.

Si bien es cierto que nadie termina nunca de conocerse a si mismo, no es menos cierto que es muy minoritaria la tendencia a hacer introspección crítica, a tratar de comprender lo que uno es o finge ser. Y quien no emprende el camino del autoconocimiento difícilmente puede tener interés en atisbar las profundidades ocultas tras el velo de apariencias de la realidad.

Pues si "el mundo es representación", como decía Schopenhauer, si nuestra realidad es lo que percibimos, haya o no realidad objetiva fuera de nosotros, solo conociéndonos a nosotros mismos podemos conocer algo. Y, desde luego, solamente conociendo en mayor grado la subjetividad que recoge todo lo que somos y percibimos, podemos aproximarnos a comprender la realidad objetiva exterior a nosotros, sea esta la que sea, pues su medida de realidad la da, mal que nos pese, dicha subjetividad, y los parámetros por los que se guía.

De alguna forma buceamos en nosotros mismos cuando vemos, miramos y luego observamos afuera, pero al bucear en nosotros captamos y sentimos lo que nos rodea como ajeno.

Pero es que además hemos de encontrar fuera los elementos que nos permitan formarnos un juicio sobre nosotros mismos. Profundizamos, sin duda, en el autoconocimiento, cuando aprendemos la física que rige todos los fenómenos que forman nuestro mundo, nosotros incluidos, o las complejas combinaciones de la química que hacen posibles las casi infinitas estructuras materiales, una de las cuales somos nosotros, o la genética y la evolución, que han dado como resultado la biodiversidad de la que nosotros formamos parte. Tampoco está de más estar al corriente de las ciencias que estudian el cuerpo y su funcionamiento, cerebro incluido. Así como las que estudian el comportamiento, animal (etología) y humano (psicología). Y conocer cómo funcionan nuestras sociedades, desde los rudimentos del trato interpersonal más sencillo hasta las múltiples y complejas instituciones sociales que hemos elaborado y dentro de las cuales nos desenvolvemos (sociología, antropología, derecho, economía...).

Sin embargo existe un último reducto, un bastión inexpugnable, en el que la ciencia, de momento, no ha podido penetrar (ni está a la vista que lo haga), con sus poderosos y numerosos tentáculos. Este es la conciencia. Y no habiendo penetrado ahí, todas sus victorias podrían quedar reducidas a la nada....porque todo, absolutamente todo, debe ser explicado a partir de la conciencia, del misterioso pero tenaz "yo", del que irradian todo conocimiento o ignorancia, centro inamovible del universo.

Cuando se entiende cabalmente esta verdad fundamental, se pueden elaborar, a partir de ella, dos concepciones, dos auténticas cosmovisiones, al respecto:

La primera consiste en recurrir al expediente de considerar que todo es ilusorio, incluso el dolor y la muerte. La vida sería una especie de alucinación permanente, y las leyes que la rigen una fantasía de recurrencia o coherencia. Esta sería la visión inmoral. Al estar toda realidad en entredicho, se difuminan bien y mal, verdad y mentira, acierto y error.....todo es ambivalente, equivalente, irrelevante. Solo el dolor percibido tiene sentido en este universo cerrado y solipsista.

Esto da origen a los comportamientos pusilánimes e indiferentes que sirven de lecho de rosas para la apoteosis del déspota. Este, en su apogeo, también vive en una irrealidad subjetiva, propia de un Matbeth o un Calígula, que mata, despilfarra y destruye, ajena a los pesares que crea.

La pesadilla totalitaria es, en los tiempos modernos, la versión más actualizada disponible de cómo dicho fenómeno puede tomar forma.

Sartre y su existencialismo aplaudían a Stalin. Heidegger a Hitler. Y los antropólogos multiculturalistas al Islam.

La segunda entiende que el fundamento subjetivo de nuestra realidad nos lleva inevitablemente a la defensa del individualismo. Solo a través de este, si es ejercido responsablemente por todos (o al menos por una mayoría significativa), puede impedirse que ciertos sujetos conviertan sus arrebatos en movimiento de masas y política de división y destrucción.

Somos individuos, por nuestra naturaleza subjetiva única, y, como tales, hemos de actuar independientemente. Porque aun cuando formar agrupaciones con los demás pueda resultar beneficioso para el conjunto, desde la perspectiva subjetivista nunca podrá ser un objetivo en si mismo, sino tan solo un medio. Solo merced a una deliberada voluntad de engañar a todos empezando por uno mismo, y contraviniendo por tanto lo que se deriva insoslayablemente de la orden de autoconocimiento de Delfos, y de las órdenes de nuestra naturaleza, podemos llegar a creer que existe una identidad entre nosotros y los demás lo suficientemente perfecta para anular nuestra individualidad. Y no otra cosa que anular la individualidad es lo que proponen las diversas "escuelas" de colectivismo.

No nos queda otro remedio que hacer uso, y un uso correcto conforme a lo que nos parecen las leyes de la realidad, de nuestra única herramienta válida, nuestra psique. Si interiormente percibimos, al procesar la información, una contradicción, una incoherencia, un error, una tergiversación, una falacia...etc etc, sabemos que no podemos continuar por el camino en el que encontramos semejantes obstáculos sin incurrir en flagrante impostura. La honestidad a ultranza se deriva ineluctablemente de esta segunda forma de subjetivismo.

Pero la mayoría de la gente no padece esta ambivalente fortuna del subjetivismo, o al menos no la padece más que esporádicamente, de una forma inconsistente y variable.

Creen, ellos, en la Gran Objetividad.

El conocimiento científico es hoy reverenciado con gran boato. Cada año algunas privilegiadas eminencias reciben premios y distinciones varios, entre los que destacan los Nobel. Pero la veneración que la sociedad profesa a la ciencia, de la que estos honores son solo la punta del iceberg, está infinitamente más extendida, y de un modo mucho más profundo y sutil que, a veces, incluso toma la paradójica forma de rebelión contra la misma.

Esta admiración tiene su origen no tanto en los aspectos teóricos del conocimiento científico cuanto en sus aplicaciones prácticas, en la técnica, que despierta con su despliegue de aparentes milagros la admiración de los profanos. Porque del mismo modo que hay pocos que deseen verdaderamente conocerse a si mismos, son también pocos los que se interesan por los fundamentos de la ciencia, conformándose sobradamente con el juego de colores, formas y movimientos gráciles y novedosos que desfilan ante su poco inquiriente mirada.

Esto les impresiona igual que un sortilegio pudiera hacerlo con una mente supersticiosa. Y hace creer que quienes hacen posible el milagro tiene una capacidad intelectual y espiritual que les confiere una especie de omnisciencia a escala humana.

Esta es, sin duda, una moderna forma de superstición que en nada se diferencia de la que profesaban los griegos por el Oráculo Délfico.

A pesar de la sabia recomendación que adornaba su entrada, el Oráculo era un lugar donde se daban respuestas a todas las preguntas, bien es cierto que con un lenguaje resueltamente ambiguo.

¿Acaso no representa hoy la ciencia el mismo papel que en el pasado tuvo el Oráculo?. ¿No buscamos, puerilmente, en ella todas las respuestas?....¿Y no nos responde acaso esta con desconcertante ambigüedad, en gran cantidad de cuestiones?.....

Cualquiera que haya sido iniciado en los "misterios" de la ciencia sabe dónde tiene esta sus límites. La Gran Objetividad no le convence. Prefiere el "solo sé que no sé nada" Socrático.

Mientras, otros se obsesionan con dar a todo lo que afirman un aire científico, utilizando algunas de las herramientas de la ciencia fuera de lugar y ocasión. Tan pronto la teoría les contradice apelan a la experiencia, y si esta les falla buscan cualquier otra experiencia o teoría que les de la razón. Convierten las hipótesis en certezas incontestables y las “Teorías Científicas” propiamente dichas (como la de la Relatividad o la de la Evolución, esto es, verdades asentadas) en objeto de permanente discusión.

Como último recurso siempre les queda afirmar que sobre ese asunto, en realidad, nada se sabe, y se retraen en su propia consciencia que ignora realmente los hechos.

La gran ventaja del subjetivismo individualista consiste en que la subjetividad adquiere categoría de hecho objetivo, dentro de una realidad física y natural que se presupone cierta. Vivimos y actuamos en un mundo "real" en el que sabemos que las cosas humanas dependen de apreciaciones subjetivas.
La ciencia misma se pone en duda, como creación humana, haciéndose con ello verdadera ciencia. Al mantener la fe en una especie de realidad objetiva, empero, no caemos en los abismos de la indefinición y el absurdo sinsentido.

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