viernes, junio 03, 2005

Los Fundamentalismos y la Modernidad

“Tenemos a nuestra disposición muchos instrumentos-en el más amplio sentido de la palabra- perfeccionados por los humanos, que nos facilitan la utilización del medio que nos rodea.
Tales instrumentos son el resultado de experiencias de sucesivas generaciones que nos han precedido, y una vez que cualquiera de ellos está a nuestro alcance, se usa sin conocer por qué es mejor o incluso que sustitutivo tiene.

El acervo de instrumentos ideados por el hombre y que constituye parte importante de su adaptación al mundo que le rodea comprende mucho más que herramientas materiales. En gran medida está integrado por formas de conducta que habitualmente seguimos sin saber por qué, las denominadas tradiciones e instituciones que utilizamos porque están a nuestro alcance como producto de un crecimiento acumulativo y sin que jamás hayan sido ideadas por una sola inteligencia.

Generalmente, el hombre no sólo ignora por qué usa los instrumentos a su disposición de una forma o de otra, sino también hasta que grado depende de que sus acciones tomen una determinada forma en vez de otra distinta. De ordinario desconoce hasta qué punto el éxito de sus esfuerzos viene determinado por su conformidad con hábitos de los que ni siquiera es sabedor. Esto último, probablemente, es tan verdad en el caso del hombre civilizado como en el del hombre primitivo. Concurriendo con el crecimiento del conocimiento consciente, tiene lugar siempre una acumulación de instrumentos igualmente importante, en el amplio sentido ya señalado de formas ensayadas y generalmente adoptadas de hacer las cosas”.


En estas palabras de Friedrich Hayek tenemos una brillante descripción de la situación del hombre moderno en la sociedad, o, dado que el hombre es un animal social, en el mundo.
El ser humano ha pasado por varias etapas antes de llegar al actual estado de cosas. De la comunión primigenia con la naturaleza a nuestros tiempos hemos ido modificando, con nuestras herramientas físicas e intelectuales (o lingüisticas), nuestro entorno, hasta convertirlo en algo casi enteramente humano.

Si miramos a nuestro alrededor, difícilmente vemos algo que sea enteramente natural, que no haya sido modificado de una u otra manera por la mano del hombre. El ser urbano, el hombre de nuestros tiempos, está completamente rodeado de artificio y complejidad. La complejidad ya existía, en lo biológico, pero difería sustancialmente de la complejidad humana, de la complejidad creada por el hombre. Esta última es sustentada por una voluntad consciente, o, mejor dicho, parcialmente consciente, mientras que la primera, la biológica, la evolutiva, ha sido configurada en miles de millones de años por el azar y la necesidad, fuerzas una ciega y la otra inconsciente.

La Torre de Babel de la humanidad ha ido creciendo, al principio conforme a la norma impuesta por los imperativos biológicos, después, con la ayuda de novedosas facultades, con un grado de libertad hasta entonces imposible para cualquier ser vivo, que ha permitido crear ese compendio de saberes y haceres llamado cultura.

Sin embargo, esa magna creación, ese monstruo sublime de la cultura, es demasiado grande para la mente individual de cualquiera de los seres que lo crean, que lo integran. El hombre ha creado algo que le supera, un Leviathan inmenso al que se ve sometido desde el mismo momento en que lo creó.
La civilización, producto elevado de la cultura, precisó desde un principio de la política y de la ley para autoregularse. A mayor libertad, a mayor número de posibilidades, más necesario se hacía el limitar las mismas a lo razonable y conveniente. Lo que es razonable y conveniente se ha discutido mucho a lo largo de la historia, y se sigue discutiendo, y es por ello, entre otras cosas de índole más natural, que no terminamos de encontrar el equilibrio.
Pero la acumulación de conocimientos y procedimientos seguía su curso imparable, al margen de lo conveniente y razonable, y creaba con ello una complejidad creciente que era cada vez más difícil de controlar, al menos desde el individuo.

El hombre de las antiguas civilizaciones sabía, o podía saber si indagaba un poco, los fundamentos tecnológicos que subyacían a su vida civilizada, o, dicho de otra forma, cómo funcionaba un carro. La perplejidad del hombre moderno ante el gripado del motor de su coche no tiene paralelo en el pasado.

Sin embargo hoy, el hombre como conjunto, la sociedad humana, puede dar respuesta a innumerables interrogantes y solucionar innumerables problemas, que antes no podían ser respondidos o resueltos.. Y así tenemos a nuestro hombre moderno acudiendo al Taller del Mecánico.

El hombre ignora casi todo como individuo. Sabe mucho como humanidad. La ciencia y las leyes le han elevado por encima del mundo, y ahora flota en un limbo de irrealidad, que se ha convertido en su cotidiano quehacer y discurrir.

Ya no somos uno con la naturaleza, ni somos uno con nuestro trabajo. Ya ni tan siquiera somos uno con nuestro núcleo familiar.

En épocas en las que todavía se podía hablar de sencillez y simplicidad, nacieron las religiones, como un intento de dar una explicación completa de la realidad. La humanidad era más ignorante, y creó las religiones. Inicialmente lo hizo de un modo panteísta, a partir de los fenómenos de la naturaleza, poderosos e inexplicables. Esto era en la etapa en la que tenía un contacto más estrecho con su medio natural. Después, tras nacer la civilización, se humanizaron los dioses, y adquirieron facultades y defectos propios de sus creadores.

La mitología clásica, con todos sus dioses cargados de vicios o el cruel y celoso Yahve judío son ejemplos de ello. Dioses guerreros y lascivos, como era el hombre, ocupaban los panteones y los templos.

En última instancia surgió la figura del Dios único, no asociado a un único pueblo, que aglutinaba todas las virtudes y carecía de los defectos que caracterizan al hombre. La ley se hizo Dios. Y esto ocurrió entre los judíos, únicos de entre los cuales podía surgir un unificador sublime de moral y divinidad, un Joshua, un Jesucristo, y después un panegirísta improvisador como Saulo de Tarso.

A partir de este cambio Dios pasa a ser un Dios moral, un Dios civilizado. Y pasa de ser caos a ser orden.

El hombre tributa honores al hombre, a lo más elevado del hombre como ser civilizado, producto de su producto: la civilización, y lo hace proyectándose en un Dios.
El Islamismo es un derivado del cristianismo, una adaptación a otra cultura bien distinta, una cultura que había nacido y se había desarrollado en un entorno desértico especialmente hostil para la vida y la civilización.

Las Religiones monoteístas dogmáticas –Judía, Cristiana y Musulmana- se pueden dividir en dos partes. La más antigua y más circusncrita a un pueblo y a una ortodoxia y ortopraxis propias, la judía, no ha tenido afán expansionista, y no tiene en sus fundamentos la universalidad. Las más recientes pretenden imperar en todo el orbe y han practicado siempre una política expansionista, o bien a través de la persuasión, o bien por la fuerza –que en su mente está justificada como medio para hacer valer sus elevados fines.

Durante muchos siglos, el Cristianismo y el Islam han crecido y han ocupado cada vez mayores territorios y han unido bajo su férula espiritual más almas. Sin embargo, con la apertura del mundo a partir de los grandes descubrimientos geográficos, que obligaban a relativizar la propia cultura al considerarla una más, y de los grandes descubrimientos científicos, que obligaban a relativizar nuestra posición fisica en el universo y espiritual en el Reino Animal, ha hecho que el hombre contemple el universo desde una perspectiva más amplia, y con ello más abierta, y, con ello, de mayor libertad e incertidumbre.

Por otra parte, las aplicaciones prácticas de la ciencia, la técnica, llevó a la revolución industrial, y la Ilustración a la Revolución Francesa y los movimientos liberales del siglo XIX.
En este contexto global era natural que las simplistas explicaciones del mundo propuestas por las religiones absolutistas fueran puestas en entredicho, así como que la sociedad, cada vez más compuesta por una clase media, una burguesía mercantil ilustrada, se rebelase contra los privilegios del clero, y su influencia negligente.

Sobre todo fue el cristianismo el que recibió un terrible golpe, dado que este movimiento religioso era el que imperaba en el llamado “Occidente”, cuerpo complejo derivado de la civilizadísima Roma en el que se produjeron los más importantes cambios históricos y sociales. El Islam permaneció relativamente aislado. Y digo relativamente porque las colonizaciones europeas hicieron también algo por la ilustración de sus colonias, pero nunca suficiente, y, además, no llegaron a todas partes.

Sea como fuere, las religiones dejaron de expandirse, e iniciaron un lento proceso de decadencia que, a los ojos de cualquier observador imparcial con un mínimo de perspectiva, parecía abocar indefectiblemente a un fin silencioso y no violento.

La Iglesia se rebeló inútilmente. Leamos al Doctor Klaus Kienzler hablando de ello en su obra: “Fundamentalismo Religioso”:

“La primera crisis de la modernidad se produce a mediados del siglo XIX, como resultado del choque entre las nuevas formas de vida y las posturas religiosas tradicionales. Por entonces, Pío IX promulgó e impuso el denominado Syllabus. El Syllabus incluía una larga lista de errores fruto de los tiempos modernos (se denunciaban cerca de ochenta), entre los que se encontraban filosofías e ideologías (y entre estas, sobre todo, el liberalismo y el comunismo), el nuevo ordenamiento social y estatal (de las democracias modernas no se salvaba nada), o los derechos individuales y humanos considerados poco convenientes (por ejemplo, no se concedía gran crédito a la libertad individual o a otras libertades de la persona)”.
La Iglesia Cristiana, la que más cerca tenía la revolución intelectual, económica y política de los tiempos modernos, se negaba a aceptar esos tiempos, y todo lo que conllevaban

Y es que las Religiones miran hacia una Edad de Oro o bien hacia una utopía. Las Religiones no son posibilistas, sino idealistas, y proyectan en el tiempo sus anhelos. En primer término se proyectan en el más acá, a través de las profecías mesiánicas de los judíos y primeros cristianos sobre el Reino de Dios en la tierra, y las obsesiones por fundar un Reino Teocrático mundial en el Islam. Después en el más allá, a través de los paraísos cristiano y musulmán. Más siempre se proyectan hacia el pasado, hacia la Edad de Oro del Paraíso Terrenal, del que Adán y Eva fueron expulsados, o la sociedad teocrática perfecta fundada por Mahoma.
Ahora, más que nunca, ahora que el presente nos aboca a la libertad y la incertidumbre, las Religiones son un refugio para los desvalidos humanos, ávidos de certidumbres. Para todos aquellos humanos que no son capaces de aceptar un mundo que flota en el espacio vacío, en el que el hombre es un animal más, en el que no se pueden conocer los fundamentos, y en el que nadie está por encima de nadie si no se debe a un superior “mérito” social, que acarrea esfuerzos y precariedad.

Pero la religión tiene, en este entorno hostil a las fabulaciones, que cerrar todos los sentidos al aluvión de objeciones que ponen en entredicho sus estrechos planteamientos. Es por ello que las Religiones buscan endurecerse en sus principios, en sus fundamentos, y no prestar oídos a argumentos más o menos libres, que divagen en lugar de afirmar. Es por ello que los evangélicos Norteamericanos dieron origen en el XIX a un movimiento que tomó el nombre de ellos, pero que hubiera nacido y existido bajo cualquier otro dogma religioso en el mundo. Hablamos, cómo no, del Fundamentalismo.

Los hombres de fe se aferran como a un clavo ardiendo a los fundamentos de su religión, estén estos en la Biblia o en el Corán, en la práctica religiosa o el magisterio.

De esta manera el que presume saber lo que ignora se encierra a si mismo en la ignorancia de su saber, que no es otra cosa que afirmación categórica de unos fundamentos sin fundamento.
Si realmente existiese un Dios, se avergonzaría de la manera tan bárbara y excluyente que tienen los humanos de honrarle. Sin embargo comprendería con su omnicomprensiva sabiduría, que más que pensar en él, lo que hacen es rebelarse contra la modernidad, rebelarse contra la libertad, rebelarse contra la incertidumbre, y que él, en todo este asunto, es algo puramente accesorio.

La nueva lucha contra la modernidad hace uso de todos los instrumentos que la modernidad pone a su alcance, y lo hace con barbarie ancestral.

Demasiadas personas prefieren la certidumbre a la verdad, y el significado ignorante de la religión a la ignorancia insignificante del hombre moderno.

El Islam tiene en su seno los mayores peligros para la convivencia en el mundo. Pero no debemos pasar por alto la importancia de muchos evangélicos estadounidenses -auténticos fundamentalistas- en la guerra de ideas que hoy se libra (y que en tantas ocasiones lleva a guerras de índole más cruenta). Por ejemplo, su defensa del creacionismo frente a la teoría de la evolución darwiniana ¡¡¡clama al cielo!!!.....o a algunos ortodoxos judíos que pasarían por encima de quien fuera para recuperar el ya legendario Reino de Israel y hacer cumplir la profecía sobre los 1000 años del mismo.

Puede que la diferencia entre unos y otros fundamentalismos no sea solamente, como algunos creen, de tipo de religión (aunque esta diferencia sea palpable), sino que puede deberse también a la diferencia que cabe esperar entre aquel que está rodeado por -e inmerso en- la modernidad y aquel que no, entre aquel que ha asumido e interiorizado algunas de las instituciones de la modernidad y aquel que apenas lo ha hecho con una pocas, y muy superficialmente, entre occidente y oriente, ....en fin, a otros factores coadyuvantes sobre los que también cabría reflexionar.

No hay comentarios: