martes, junio 28, 2005

Sobre El Espíritu de Conquista

Un fiscal de la Audiencia Nacional ha juzgado mucho más allá de sus atribuciones profesionales. Se ha permitido valorar la política Estadounidense, arrellanado, apoltronado en un cómodo sillón. Nietzsche decía que los mejores pensamientos eran los pensamientos andados, y despreciaba a los pensadores de sillón, que inventan la realidad que más les conforta.

El hombre de paja, cubierto por una amplia capa de barras y estrellas, no deja de recibir, a diestro y siniestro, los ataques de los políticamente correctos.

Pedro Rubira, el fiscal, cree, ingenuamente, que una sentencia muy severa, dictada en un país occidental, tiene más fuerza contra el terrorismo islámico que las guerras llevadas al foco oriental del terror y los confinamientos de totalitarios en cárceles especiales.

Esta opinión se enmarca dentro de un miope antiamericanismo, típicamente europeo, que consiste en no percatarse de quien nos protege. Pero es mucho más necia que el simple antiamericanismo tan en boga entre las intelecnulidades que pueblan nuestro continente.

Yerra de lleno al creer que una irrisoria sentencia de cárcel puede frenar el fanatismo suicida de los guerreros de Alá.

Ben Laden puede decir, con razón, lo que en Pompeyo fue una fanfarronada: "con dar una patada en el suelo me saldrían miles de partidarios". Porque el Saudí cuenta con algo más que carisma personal de Pompeyo. Tiene en una mano una bomba y en la otra el Corán, y la Yihad da sentido a ese cuadro. Decía Jacob Burckhardt que en ocasiones la historia coagula en una persona. y en Ben Laden ha coagulado la del Islam. Una vez más, como en anteriores ocasiones, el coágulo es de sangre.

El espíritu de conquista tiene cada vez menos partidarios. Pero en el Islam están casi todos los de hoy. Y no se detendrán por sentencias severas. Solo se les podrá parar con la violencia que ellos ejercen, decuplicada.

George Bush inició una guerra contra el terrorismo que algunos llaman cruzada (haciendo alarde de ignorancia histórica). A él, a su gobierno y a su país se les acusa de agredir y conquistar, avasallando al resto del mundo.

Por ello creo conveniente traer a la palestra, en este debate, a Benjamin Constant, liberal suizo-francés que atravesando la revolución francesa y la dictadura de Napoleón se mantuvo fiel a sus principios políticos.

Dice Constant: "No es verdad que la guerra sea siempre un mal. En ciertas épocas de las especie humana, la guerra radica en la naturaleza del hombre. Favorece entonces el desarrollo de sus facultades más hermosas y más altas. Le abre un tesoro de preciosos goces. Le prepara para la magnanimidad, la destreza, la sangre fría, el valor, el desprecio de la muerte, sin el cual no podría nadie responder ante sí mismo de que no vaya a cometer todas las cobardías y pronto todos los crímenes. La guerra enseña al hombre actos de desprendimiento heroicos y le hace contraer amistades sublimes. Le un con vínculos más estrechos, de una parte, con su patria, y de otra, con sus compañeros de armas. Por obra de ella, a nobles empresas le siguen nobles ocios.

Pero todas estas ventajas de la guerra dependen de una condición indispensable, a saber, que la guerra sea el resultado natural de la situación y del espíritu nacional de los pueblos.....Los pueblos guerreros de la antigüedad debían en su mayor parte a su situación su espíritu belicoso.

Divididos en pequeñas estirpes se disputaban con las armas en la mano un territorio reducido. Empujados unos contra otros por la necesidad, combatían o se amenazaban sin cesar. Los que no querían ser conquistados no podían, sin embargo, deponer la espada so pena de ser conquistados. Todos compraban su seguridad, su independencia, su existencia toda, al precio de la guerra......"

Traza Constant un esquema general de la antigüedad que explica el porqué entonces se hacía necesario el espíritu guerrero. Pero a continuación habla de su tiempo, que en lo que dice es también (aún más, si cabe) el nuestro: "Hemos llegado a la época del comercio, época que necesariamente ha de sustituir a la de la guerra, como la de la guerra hubo necesariamente de precederle". Aquí Constant expresa una idea que más tarde Herbert Spencer desarrollaría ampliamente en su sociología.

Tras mostrar los dos tipos de sociedad, el antiguo y el moderno, concluye: "La guerra y el comercio no son sino dos medios distintos de llegar a la misma meta, o sea, la de poseer lo que se desea".

La idea que se desprende de todo esto es sencilla: la guerra ya no aporta nada. Por eso los conquistadores no pueden más que traer la desgracia a sus pueblos.

"Vemos a menudo que naciones subyugadas han continuado gozando de todas las formas de su administración precedente y de sus antiguas leyes. La religión de los vencidos era respetada escrupulosamente....la conquista, entre los antiguos, destruía muchas veces naciones enteras; pero cuando no las destruía, dejaba intactos todos aquellos objetos a los que los hombres se sienten más íntimamente apegados, sus costumbres, sus leyes, sus usos, sus dioses. No ocurre lo mismo en los tiempos modernos. La vanidad de la civilización atormenta más que el orgullo de la barbarie".

Pasa luego Constant a exponer como el conquistador de su tiempo (y el nuestro) buscaba volver uniforme al pueblo sometido, para pasear la mirada sobre él como sobre una gran superficie homogénea...."secaron la fuente natural del patriotismo, o han querido sustituirla por una pasión facticia hacia un ser abstracto, una idea general, despojada de todo cuanto impacta a la imaginación y de todo cuanto habla a la memoria..."

Constant, que vivió el totalitarismo en su primera gran expresión histórica, en la Revolución Francesa, anticipaba el panorama ideológico y guerrero del siglo XX. Por ello no resulta extraño que Oliver Pozzo di Borgo, especialista en la obra de Constant, sintiese en 1939 que "Sobre el Espíritu de Conquista" hablaba mejor que ningún otro libro de la tragedia que ante sus ojos se estaba desarrollando.

Dicen que es George W. Bush quien conquista, considerándole por ello un moderno agresor. Benjamin Constant acaba su obra hablando de naciones a las que el universo no combatiría más que para obligarlas a ser justas". George Bush trata de hacer más justas a las naciones a través de la implantación de la libertad.

Hoy la guerra no es, como lo fue en los tiempos de Constant y anteriores, entre naciones. El gobierno de EEUU lo ha comprendido, y, pese a ello, ha invadido Afganistán, y después Irak. La razón es sencilla: se ha ido al foco del mal y se ha sacado de paso la guerra fuera de las propias fronteras. Si hay una proliferación de mosquitos en una ciudad, lo razonable es buscar el pantano en sus afueras y desecarlo. Quien se dedicase a capturar mosquitos y a encerrarlos en cajitas no solucionaría el problema ¿eh Rubira?).

Es, además, fundamental, llevar a los países donde con más comodidad y facilidad anida el mal totalitario, una cultura de tolerancia, democracia y libertad. Se trata de una cuestión geopolítica prioritaria.

Los EEUU se han comportado en Irak y Afganistán como los romanos lo hacían cuando daban por concluida su conquista, del modo que Constant señala más arriba: "dejando intactos todos aquellos objetos a los que los hombres se sienten más íntimamente apegados".

No se encontrará, por mucho que se busque, conquistador más benévolo.

Pero supongo que lo que hay que hacer es meter en la cárcel a 3 musulmanes exaltados, una vez ya han hecho su daño terrible e irreparable, y dejar mientras tanto que en sus países de origen sean adoctrinados millones más de ellos, en las madrasas, contra Occidente. Supongo que hay que esperar a que se les prepare para el martirio y la muerte de la Yihad, y así tener nuevos terroristas que encerrar o enterrar con sus víctimas.

Sobre el espíritu de Conquista. Benjamín Constant. Editorial Tecnos.

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